Por Guillermo Gardel
Quizá se cuele con música
por una rendija de mi oído.
Puede que en un gesto amable
que tenga mi piel por conocido.
Preguntarás “qué”; y diré que nada.
Preguntarás “quién”; y diré que nadie.
Preguntarás “cuándo; y diré que nunca.
Pero será todo, por alguien, para siempre…
Y tendrás que quererme así: gris,
como el corazón que vuelve de la guerra
y ha visto tanta muerte encendida
que va sudando ceniza a su paso.
Y no será porque seas poco,
ni yo quiera volver al incendio.
Será porque todos somos
residuo, memoria, rescoldo…
Si la veo en ti, bajaré la mirada,
y cuando mi alma se levante
y la llamen de su casa a refugiarse,
se topará con la noche más cerrada.
Déjame entonces estar solo.
Deja que pase mi tormenta
dentro de mi cáscara oscura,
a la luz de mi sombra y mis demonios…
Y sólo al envés de los versos
o en algún sueño a la deriva,
veré flotar los cuchillos
asomando sus espinas.
La herida hermética que, a veces,
da un golpe sordo en mi cabeza,
caerá cual si fruta madura,
como un dolor muy pesado,
que suspendido en la vida se sostiene
irrumpiendo fugazmente en el pasado.
Fingiré que ella jamás ha existido,
como tú fingirás lo mismo.
Y al vaivén del latido atardecido
acompasarás el tuyo con el mío.
Y caminará nuestro amor despacio
con un impulso envejecido.
Y veremos correr a nuestro lado
la emergencia de un amor recién nacido.
Y ese amor amanecido
de potencia adolescente
nos hará, súbitamente,
llorar desconsolados
y entender de dónde somos,
recordando lo que fuimos,
y que aun yendo caminando
seremos de donde vinimos.