LAS CÁNTIGAS
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Je suis le Diable
Esto es una canción, estoy cantando. Henry Miller
ÍNDICE
Je suis le diable 5
Je suis le Diable 7
Diableries 14
Y así fue la caída 16
Génesis 17
A veces esta música 18
Pienso en la rebelión 19
Ernest apura el ron 20
Yeats enciende una vela 21
El corazón es una herida 22
A este lado del río 23
Y aquella misma noche 24
Combustión espontánea 25
Ven aquí, soledad 27
Primer asesinato 28
Cómo podréis pararnos 29
Así, pequeña Helena 30
La noche en que ardió Troya 31
La canción del incendio 33
Cuando enciendas los párpados 34
La plegaria de Aquiles 35
Hagamos libaciones 36
Dos aullidos nocturnos 37
Walpurgisnacht 38
Somos 41
JE SUIS LE DIABLE
Please allow me to introduce myself I’m a man of wealth and taste…
Symphaty for the devil, MICK JAGGER/ KEITH RICHARDS
Cualquier sistema que montéis sin nosotros
será derribado. Leonard Cohen
Me sentenciaron a veinte años de aburrimiento, por intentar cambiar el sistema desde dentro. Ahora vuelvo, vuelvo para recompensarles.
Leonard Cohen
Todo sigue según el plan, Señor Durden. Chuck Palahniuk.
Je suis le Diable
… Je suis le Diable y he venido a prenderle fuego al mundo. Yo soy el que ha pagado
todo dolor por encender la vida, toda palabra por sentir las promesas que redimen el cuerpo, y soy el que dio forma a tu locura, el que quiso dejar sobre la hoja los símbolos que tiemblan, los símbolos que hablan, y el vino que te haría comprenderlos. Soy esta llama de volver a verte, soy el suspiro que recorre el aire, soy la calma que busca la tormenta, soy la tormenta, soy la luz que derrama su sangre entre las sombras y hace que brille el cuervo y que rebose el pozo,
y nunca le da tregua a la canción nocturna. Y soy el que no duerme, el que no va a pararse, el que está aquí sin dejar de correr hacia otro sitio, el que está enfurecido y está ardiendo y vive para aullar sobre una barca en llamas.
Soy el que esconde su mirada asesina en el fondo del vaso, el que no muestra sus armas encendidas hasta que inflige el corte, el que sostiene sus sueños con la furia de un animal acorralado.
Soy el que va a prender el gran incendio, el que no guarda reparos ni recibos, el que sueña con los ojos abiertos y abandona cada noche en tu lecho el plan de la mañana.
Je suis Le Diable, mon amour, y soy el que te quiso tanto, el que habría matado por besar tus ojos, el que nunca se cansa de recorrer tu piel en el desdibujado mapa que tiende la memoria. Soy el que marca líneas en tu espalda de agua, el que graba tu nombre como una herida inmensa en los cristales del cielo, el que no es tu marido, ni es tu amante, ni tiene más derecho del que me den tus labios.
Soy el que baila un swing en el alféizar, el que bebe y aúlla
y no comprende
dónde empezó la guerra que le anima la sangre. Y soy la hipótesis que parte en dos las viejas teorías, el espacio escapándose de las manos del tiempo, soy la noche que cambia de canción y nunca deja rastro para seguir tanta sombra incendiada.
Je suis Le Diable, — mon semblable, — mon frère. Y salto de universo en universo, y no puedo entender por qué las leyes físicas llegaron a ser leyes para alguien que tan sólo ha creído en lo imposible. Vendrá dentro de poco la catedral redonda, y el océano dejará de ser mar para ser bosque de lenguas transparentes. La pasión ha empezado en esta lluvia de líneas imantadas, y mi nombre seguirá siendo el jeroglífico que esconde sus enigmas sobre la piel azul de las pirámides.
Je suis le Diable, y soy el que ya tiene un plan, el que no deja de saltarse las normas que limitan la mente, el que te llama por tu nombre, el que te hace partícipe, el que canta este rodar de sílabas que enciende enredaderas luminosas sobre el desierto en sombra de tu insomnio.
Soy el que dijo no cuando asentía el rebaño de hipócritas, el que ha tendido puentes que cruzan del ojalá al ahora, del jamás al por siempre, soy el que vendería todo por llevarme tu alma a la sonrisa perfecta, por sacudir tu vida,
por hacerte brillar como el faro que prende la noche del océano.
Yo soy el que apagó el sistema, el que saltó la alarma, el desertor que se llevó consigo la mitad de ejército,
soy el que cambia el rumbo, el que quema la brújula, el que dice adelante con el viento de frente, soy la IP del infierno, el servidor del Hades, la sombra que amenaza la fachada del banco con códigos abiertos desde el fantasma de la máquina. Y soy el infiltrado, el que espera el instante más propicio para quemarlo todo desde dentro, el que ha jurado hacer lo que debía y camina la línea con los ojos en sangre.
Permite, por favor, que me presente soy el motín,
soy la promesa, soy la canción
que se convierte en himno,
el grito que desnuda el placer más amargo, la oración incendiada, la palabra que incumples, el recuerdo que te quema los párpados cada vez que los cierras, la noche que no puedes olvidar, el momento en que todo se termina, el instante que va a volverse eterno, soy la contradicción
y soy el caos
y soy el orden mágico que da sentido al mundo. Soy la idea que baila
la danza de los siete velos en tu mente aturdida, soy el vino que tiembla a la luz de tus labios, la mirada que escondes, la caricia que buscas, el corazón que sube hasta la boca desangrando tu vida en la voz de una frase. Soy la euforia incendiando los tejados, soy la alegría descorchada de pronto, soy el contagio por vía aérea mas peligroso que haya habitado el viento, porque Je suis Le Diable, mademosille, el río desbordado de sílabas ardientes, el sellado entusiasmo que ha inundado las sacas de Correos, el poema que da vueltas en círculo y te envuelve la piel y nos mezcla el aliento y nunca cesa
de girar y girar hasta hacernos vivir en el punto más alto de la más alta llama.
Nací para prender revoluciones, para llevar tatuada la palabra revuelta, para hacer de este sitio, tras un beso de fuego, el sueño que llamaban ciudad de lo imposible. No voy a detenerme, voy a seguir hablando, voy a seguir contagiando este aliento mientras se enciende el aire, y quiero decirte que lo sé, que estoy contigo que tú eres y yo y el mundo es una estrella a punto de brillar en nuestros labios.
Je suis le Diable, pero un día, también fui sólo un hombre, y caminé sediento sobre la tierra estéril, y vinieron de pronto a cubrirme de heridas, porque quien ama tanto, y hace brillar palabras en las sombras nocturnas, nunca fue bienvenido entre los hombres.
Entonces me entregué al incendio. No quería vivir la dictadura de los inútiles, no quería su democracia para mentirosos, no quería mirar hacia otro sitio, no quería ser cómplice. Esto que soy se convirtió en camino, esta rabia en promesa, esta pasión en hábito.
Je suis le Diable, dije
y he venido a prenderle fuego al mundo.
Ahora solamente me acompañan las personas que quiero, y nuestro amor hará borrar la soledad del rostro polvoriento de todas las ciudades. Porque soy quien te agarra de la mano, porque Je suis le Diable, y no permitiré
que te pases la vida sin arder en mis ojos, sin vivir a lo grande, sin aullar a la luna hechizada que inventa nuestros nombres. Acércate a las llamas y haz arder tu sangre, tu amor, tu corazón, y deja que comience entre tus labios otra vez el poema, Je suis le Diable, gritarás, y he venido prenderle fuego al mundo…
Diableries
15
Y ASÍ FUE LA CAÍDA
Génesis
Yo tenía ocho años. Y un día hablé con Dios y le pedí una mente distinta; dije: Dios, no puedo soportar mis pensamientos, ni las noches de oscuro endecasílabo que azotan sus metáforas a través de mis párpados. Señor buen Dios, le dije, tenemos que hacer algo, negociar una tregua,
un armisticio, ya no aguanto este insomnio. Concédeme, buen Dios, una mente distinta, una luz donde bailen las neuronas agitando sus tibias cabelleras, con lujuriosa magia. Concédeme una voz grave y mil canciones tristes.
Y Dios, cansado y deprimido de tanto soportar la misma historia, apartó la mirada, supongo que pensando en el libre albedrío -y sus complicaciones-.
Y así fue que empecé a dirigirme al diablo.
A veces esta música
A veces esta música me lleva a un aullido de éxtasis donde se entiende todo, y pienso en ese grupo de personas que embarcaron conmigo al infinito, esta tripulación de gente insomne que lleva la locura entre los labios y un incendio insufrible en su caja torácica.
A través de los días en que viajamos juntos, la pasión acelera el pensamiento hasta que lo deshace, y de repente una intuición que te desnuda el alma hace gemir las jarcias y las velas, mientras se desvanece el horizonte. Las nubes se despliegan, y en el mundo hay un atardecer de tan dulce tristeza que la acción es un sueño y la emoción un baile. Y nosotros bailamos
y bailamos
y todo aquel
que nos sigue o nos besa, queda prendido de esta ardiente danza.
Pienso en la rebelión
Pienso en la rebelión mientras miro los árboles, mientras sus hojas verdes van cortando las esquirlas del viento y el mundo se estremece en mis oídos como el verso secreto con que acaba el otoño.
En este instante de descanso, enredado en el ritmo de la savia, todo parece detenerse, la voz se apaga en el clamor nocturno, y el cansancio que templa la victoria se extiende como un pájaro sonámbulo sobre los párpados de mi locura.
Empezamos el mundo al volver a enunciarlo, y comenzó de nuevo la pasión y el incendio,
la ilusión y la rabia, logramos que la vida fuera un arte de faquires suicidas.
Pienso en la rebelión mientras miro los árboles, y sé que hay una luz que está encendida en la caja callada de mis huesos, y que esa antorcha ardiente, preñada de impaciencia,
somos todos nosotros.
Ernest apura el ron
He mirado mi rostro en una copa y lo he reconocido.
Hacía ya una década que no podía hacerlo. Y ahora recupero la locura que giraba en mi sangre, el universo ardiendo donde hundía mis manos, para hallar estas líneas que tejían amor y sufrimiento, y sobre todo este anhelo de acción que nunca cesa. Muchas gracias, mon diable, por devolverme el alma, por entregarme un mundo que susurra encima de mi lengua, sonriendo como el vino que enciende el entusiasmo.
Y ahora, atravesando St. Germain, solo y ardiente hacia el Café des Amateurs, el sol parte mi cara bendiciéndome, y sonrío y entiendo la locura como el mapa sin nombres de mi mente, único plano con el cual me oriento.
Luego que venga, al despertar, la pena, que en lugar de besarla haremos el amor.
Yeats enciende una vela
Hoy me miro desnudo, y quisiera tatuar toda mi piel con símbolos paganos, llenar mi vida con la furia ardiente que flagela los ojos al caballo del sueño. Porque he esperado a oscuras durante muchos años, hasta este día en que me estalla el alma más allá de los nombres, y convoca su hecatombe de signos,
y comparte frases de amor en el calor del viento. Porque esta noche quiero no dormir para velar mis armas, para darle un sentido profundo a esta noria de ausencias que ha cantado mi vida.
Los minutos se ahogan en el mar del reloj, y yo me siento fuerte otra vez, mientras galopan por mi sangre viejos guerreros celtas y los druidas bailan como libélulas en mis ojos cansados. Hoy enciendo una vela delante del espejo y reviso mi rostro, sus arrugas, su estudiada postura de mirar lo invisible; luego la apago para tentar al diablo en la penumbra y comienzo el poema.
El corazón es una herida
No quisiera perder un solo instante del sueño que ha empezado, no quisiera apagar esta antorcha que me gira en el pecho, hasta ensuciar la luna descosida del alma. El corazón es una herida bombeando la furia de sentirse vivo, voz que sangra, que duele y que no cicatriza hasta tragar de noche su palada de tierra.
Yo ya he dejado de intentar curarlo, permito que me grite y que me abrase, y lleno con su rabia la raíz de los sueños. He dejado mi vida tras sus golpes y ya estoy preparado; entre las páginas baila el aliento azotando las letras, y el aire va poniéndose sus ropajes de furia transparente. Ven conmigo si quieres desnudarlo, ven conmigo, si deseas vestirte con su piel, rodearte de un mar que ha empezado en tus ojos.
Las palabras que sirven son igual que arañazos, y esta noche el corazón es una herida bombeando la furia de sentirse vivo; ven aquí y acarícialo y prende con tus manos la canción del incendio.
A este lado del río
Cierra los ojos.
Y mira alrededor.
Ha comenzado todo. Si levantas las manos notarás como late el corazón del viento. La revuelta ha incendiado las aceras, y los nuestros, perdidos en la noche, brillan igual que ángeles.
Del recuerdo hemos hecho la pira silenciosa que ilumina el otoño; de la vida, la eterna cabalgada hacia el final del mundo. Toca mis manos y podrás amarme, siente mis dientes y vendrá la noche a recorrer tu espalda con un escalofrío. No hay nada que no valga la pasión de una lágrima, ni tragedia que venga sin incendiar tus labios. Así que ven y deja que el azar te abrase, a este lado del río podrás oír aullar al universo.
Y aquella misma noche
Intenté cada día no caer en el odio, hacer las paces con la miseria que quemaba la punta de mi lengua, pero llegó un momento en que el veneno ya se había extendido demasiado. Y dejó de servirme la terapia de peces amarillos, y el soñar que tejía en la rueca de mi almohada el somnífero amargo de la desolación. Cogí mis cosas y me fui de una vez a donde nadie supiera ya mi nombre. Le di al diablo las mejores parcelas de mi alma, y le hice sangre a todos los antiguos pecados capitales.
Cuando acabé cansándome de aquellas siete prohibiciones puse como octava en la lista el entusiasmo.
Y aquella misma noche les prendíamos fuego a las murallas.
Combustión espontánea
Hablo acerca del tiempo, de los días que quedan para soñar la vida, para alzar en el ritmo del aire este baile infinito, esta pasión que no conoce límites. Hablo acerca del tiempo, del instante que arañamos con rabia intentando lograr que nos contenga, ese momento que sale del horario y se desnuda detrás de las agujas que escondieron el mundo.
Hay cosas que se escapan y cuanto más lo hacen más importan; hay palabras que rompen el lenguaje intentando encontrarnos, y recuerdos que azotan nuestra voz hasta que salta el ansia.
Pero yo estoy aquí para hablarte del tiempo, de la mirada fugitiva que te cae de los ojos en un baile sonámbulo; de los años helados por la angustia en que ansiabas morir para fijar las líneas de tus palmas, y mostrarte que sólo huye la vida cuando apagas la antorcha que ilumina los labios.
Mírame y dime lo que entrega este incendio.
Mis manos son dos pájaros que desvisten al aire. Sé que quieres hacerlo desde que me conoces,
así que ven y hazlo,
cruza el rito de aguas que alimenta el espejo, vende tu corazón y tus palabras, acaríciame y siéntelo:
combustión espontánea.
Ven aquí, soledad
Y llegaron tus ojos con el brillo del viento, y la mañana cubierta de repente por la brisa marina, y el calor infernal e insufrible que revienta como una hoguera azul en la sonrisa del viejo corazón.
Alrededor el aire es un sollozo. Pero ya nada importa, una alegría absurda nos ha prendido fuego, el mundo nos recorre y nos contiene antes de separarnos. Amanece, mi niña. Afuera están aullando que ha comenzado todo:
festejan que por fin ha llegado la lucha.
Cuando esos aprendían tres palabras tú y yo ya preparábamos esta guerra de espumas, y ahora que ellos gritan nosotros somos ángeles. Ven aquí, soledad, que adoro amarte al alba.
Primer asesinato
Tuerzo la calle mientras llora el viento, y tras los árboles hay una luz que canta levantando las hojas; debe de ser el diablo, que susurra sus melodías tristes, su caricia persiguiendo mi alma. En esta noche cometí mi primer asesinato. Y ahora voy cruzando la avenida con un dolor de sangre mordiéndome las uñas. Este frío se me mete en el alma. Qué ha pasado. En la calle del gato me callan los espejos.
Debo de ser de humo como el tiempo que canta, como el día que grita en las pupilas conteniendo tu vida por la pasión o por el miedo que desnudaste en él. Quisiera comprender esta pena como entiendo esta furia, poder hallar la sangre que acabo de arrancarme, sorprender un camino distinto con las mismas palabras.
Pero mientras me esconde la ciudad y los coches aúllan desdoblando las calles, tan solo me pregunto si está empezando el cambio, si después de mi muerte podré por fin ser digno de esta pasión que canta entre mis dedos la inmensa melodía de su locura mágica.
Cómo podréis pararnos
Cómo podréis pararnos. No descansamos nunca. A vuestra espalda pasamos recitando sucios versos, afilando sin tregua las sílabas insomnes como viejos cuchillos yugoeslavos.
La rebelión desnuda las fachadas, y a lo largo del aire hay ondas invisibles transmitiendo discursos surrealistas, frases en clave que regirán el mundo. Dios baila el son con un poeta líquido y abandonó esta noche vuestra aburrida forma de reinventar las normas. Y a nosotros el diablo nos ha instruido bien, así que relajaos, dejad que se descalce lentamente la realidad, y luego contagiaos también de este extraño entusiasmo.
Así, pequeña Helena
La noche que empezamos con la revolución arañamos el tiempo que nos pertenecía, los días escondidos en el fondo del alma, y las plegarias que ardían en la luz de nuestras manos como palomas ebrias de una voz diferente. De pronto, las aristas que afilaban oscuros edificios desdoblaron el tiempo, para darle un sentido distinto y una nueva belleza. Aquello que escupió a la vida atándonos empezaba a servir a nuestra causa.
Decir que nos sentíamos intensamente vivos sería decir poco. Los planetas giraban de repente de una forma distinta, el perfume del mar recorría el asfalto, el pensamiento bailaba entre nosotros de una manera eléctrica. Aullábamos insomnes en las calles, contagiando la luz de esta locura. Poco después iban cayendo al suelo las viejas alimañas de fichar. Y los despertadores acabaron realizando en el lago de algún parque una estupenda obra subacuática de arte contemporáneo.
Fue la noche más larga de la tierra. Así, pequeña Helena, empezó todo.
LA NOCHE EN QUE ARDIÓ TROYA
Si vas a intentarlo ve hasta el final.
Charles Bukowski
La canción del incendio
Mira los edificios. Brillan como si fueran plantas. Están tan quietos y vacíos que parecen unos grandiosos templos para las más hermosas ceremonias. Antes estaban dentro los modernos esclavos que inventó el siglo XX:
oficinistas compungidos buscando decimales, auditores desdoblando la danza de los números, y versos escondidos en una servilleta como la autoterapia inconfesable de un triste directivo.
Ese debió de ser el tipo que empezó a aullar entusiasmado en las ventanas cuando entendió lo nuestro.
A los demás
puede que les costara un poco
comprender las proclamas surrealistas; pero vieron cómo la rebelión incendiaba de palabras las calles, y, asustados, se dijeron que el mundo jamás sería igual después de aquellos himnos.
No les faltó razón. La mañana siguiente su oficina fue tomada por veinte héroes aqueos que hacían libaciones a Dionisos.
Y yo estaba con ellos. En la primera fila.
En las piras ardían mesas y ordenadores.
Bebía con Ulises y le dije: ya no nos hace falta, amigo mío, ni tu afamada astucia.
Cuando enciendas los párpados
Nos quitamos el cobre y las hermosas armas que ni Homero describe con justicia, y observamos el mundo recién amanecido. Las viejas carreteras brillaban inasibles; lo que antes fue un sendero que parecía ahogarnos ahora era la pista de despegue donde soñaba el aire. Ni los más optimistas de nosotros imaginaron esto. Lo nuestro era alcanzar una bella derrota, el premio leve de una simple sonrisa por haberlo intentado. Y sin embargo hoy estamos juntos, brindando enloquecidos. A lo lejos alguien grita mi nombre, y yo conjuro la vida que he llevado, los sufrimientos y alegrías, el dolor y la angustia; y con la mano en las brasas, te aseguro que mereció la pena.
Cierra los ojos. Deja que corra el llanto.
Sonríe hasta que sientas que te aúlla la cara. Y deja que desciendan por tu cuerpo los mil besos del mar. Cuando enciendas los párpados el universo entero será un baile de espumas.
La plegaria de Aquiles
Aún me queda un mes para prenderle fuego a esta Troya invisible, a este camino que flota entre los párpados del llanto. Y me es indiferente que las luces se apaguen, o que los huesos sean una carga en lugar de un apoyo. El corazón bombea enloquecido mientras crece la rabia. Al diablo las heridas. Que se ocupe el viejo Macaón si es que aún no ha caído.
Ya no me importa cuánto sangre el cuerpo, ni las llagas ardientes que me comen el alma. Que las antorchas sueñen y que cante la luna; cuando venga la hermosísima aurora, mi cuerpo brillará engastado en bronce.
Y pelearé de una manera que jamás habrán visto; los cristales de los más altos edificios vibrarán en la voz que alimenta el clamor de nuestras frases. Golpe tras golpe iremos elevando el mundo desbordado que encendimos en sueños. Azotaremos sin piedad, con la espada y la lanza de este afilado verbo, a la ciudad de Príamo, hasta que caigan las murallas de su estirpe de hipócritas.
Hagamos libaciones
Y nosotros, venidos de tan lejos, aullaremos dejando que las lágrimas extiendan sus raíces por toda nuestra piel, celebrando en su luz el sangrante latir de la victoria. Dejaremos que el viento bendiga nuestras caras con su sabor marino, y que la espuma lave la sangre de nuestra memoria. Quise darte un corazón en llamas, y esta noche incendié el mundo entero. Nuestras sílabas prenden el entusiasmo donde ponen sus labios, los hombres se despiertan renacidos y observan en silencio cómo ha quedado el mundo, desde lejos se ven los estandartes incendiarios del edificio Sears. Desde cerca, risas frente a esculturas espontáneas de teléfonos móviles. Ya está hecho, ven y sonríe desde donde te encuentres. Hace años soñamos esta magia desempolvando a Chesterton, y hoy la rebelión escribe su caricia de versos por todas las ciudades.
La vieja edad de oro que anunciaba Novalis y que Schiller aullaba en la cabeza del viejísimo Ludwig, acaba de cumplirse. Ven aquí.
Hagamos libaciones. E inventemos borrachos a los dioses.
Como hicieron antaño los mejores poetas.
DOS AULLIDOS NOCTURNOS
Walpurgisnacht
(Allegro)
La noche que empezamos
a tallar el silencio de las nubes, nos pusimos mariposas ardientes en la luz de los párpados, y el viento tejió guirnaldas con su juego de sílabas para cubrir de líneas infinitas el dolor que se abría en nuestras manos.
Así comenzó todo.
Los instantes azules que arrancamos al tiempo hacían boquear hasta dejar heladas a las horas heridas del trabajo, y las estrellas bailaban en la voz de las ventanas la línea interminable de algún solo de Parker. Charlie tocaba para el fin del mundo, mientras bebíamos y amábamos y hacíamos gemir todas las letras que habrían de volcar la realidad.
Era la rabia que arañaba dentro, y la angustia infinita de vivir para nada, y eran las ocho horas tragándome el orgullo minuto tras minuto, y el infierno desplegado a diario en la autopista durante la locura del atasco.
Era ir a trabajar con los ojos perdidos y cuarenta de fiebre, y continuar a pesar de la angustia para pagar el aire que nos bailaba libre entre los labios.
Era el teléfono con su alarido escalando el dolor de las paredes, y el zumbido del fax y el parpadeo de los salvapantallas.
Y era salir de allí
y escuchar jazz
hasta que te estallaba la cabeza, y el corazón bailaba al rodearte de las líneas del caos, liberado por fin de tanto orden absurdo. Escuchando la música, las horas ascendían sin dirección ni forma y el presente era la teoría de una fórmula mágica, de un rito inexplicable,
y comprendíamos que la vida debiera ser así.
Por eso estalló todo. Una noche de aquellas nos fue imposible regresar; la mente se nos quedó colgada de un extraño acorde que escapó de los dedos de un borracho Thelonious.
Desde entonces
bailamos en la luz de las estrellas, y bajamos tan solo en las noches de furia para prenderle fuego con las manos a la revolución.
40
Somos
(Prestissimo)
Somos un grito
que se escapa del mundo, una palabra que ha olvidado el lenguaje, una pasión que abrió la puerta a todos los psiquiátricos. Somos los ansiolíticos que alimentan tu sopa, los antidepresivos que remontan tus venas cosiéndote a mordiscos
todas las cicatrices.
Somos el vuelco que te gira en el pecho, la caricia que te araña la espalda, el rojo escalofrío que recorre tu piel tatuándola de frases surrealistas. Somos la cafeína de los lunes y la primera copa de los viernes. Somos esa canción que te quema los ojos cuando pones la radio. Somos la rabia
que te come la sangre,
y la furia infinita
con que aprietas los dientes, y el dolor que te acaba curando las heridas.
Y las noches de insomnio en que te azota el alma haber nacido, y el sudor congelado que te clava la angustia, y la pasión que desviste tu cuerpo, y el orgasmo
voraz
que te sabe mejor que conquistar el mundo. Y el golpe que te abre con su luna los ojos y el viejo abracadabra de la conciencia y el desnudo
de toda realidad, y el primer sorbo de cerveza de tus trece años, que te sabía amargo y mareaba y te entregaba un sueño cosido con burbujas y canciones.
Y somos el azote
del mar sobre tu piel, y la sal en la herida, y el murmullo escondido que recita sus sílabas eternas en la caracola. Y la llave de yudo que le rompe la espalda a la gramática, y la pintura que colgó sus pinceles para hacerse invisible, incomprensible, mágica y colocó retretes en salas de museo e instalaciones flotando en el Pacífico. Y también somos el trueno ardiente
que rompe la sequía, y el rayo que te cae a medio metro y te hace gritar de puro pánico, mientras gimes y piensas que o no te quiere el diablo o es que falta algo por hacer antes de convertirte
en otro filamento
que estalla en las bombillas infinitas del mundo. Somos la anomalía que revienta el sistema, la ecuación que desgarra la lógica, el anarquista insomne que ha cruzado los cables de la central eléctrica, porque una noche quiso que callaran los focos, los ruidos, las lámparas, las luces y toda la ciudad -desnuda entre las sombras- mirara las estrellas.