Eclipse

Ella no existe. No es una mujer de grandes caderas, pelos rizados y labios carnosos. No tiene ningún lunar en el mentón, ni arruguitas en la frente, ni ojos estrellados y pardos. No usa lentes ni tiene una voz caribeña. No tiene nombre, no tiene historia, ni amantes, ni hermanos, ni ha estudiado cine, ni le gusta el café cargado. No le brilla un destello de luz en su ojo izquierdo. No se ríe a carcajadas echando la cabeza hacia atrás. No canta Mercedes Sosa, ni Silvio Rodríguez, ni toca la percusión. No le obsesionan sus pies desnudos, no fotografía cada uno de los rincones del suelo. No cita a cada rato a Audre Lord y a Alice Walker. No le amarra un pañuelo rojo a su cabello rebelde. No me ve de arriba abajo en nuestro primer encuentro. No la conozco, nunca nos hemos cruzado, nunca hemos estado en un mismo espacio, ni hemos convivido, ni nos hemos espiado. No se ha aprendido mi nombre, ni le ha dado esa entonación grave, ese destello sensual, cada vez que lo dice, cada vez que me llama. No me he grabado el perfume de su cuello, la textura de su mano, el cosquilleo de su cabello en mi mejilla. No he perseguido su espalda, su pisada, la estela de un afecto porque no existe afecto, ni pisada, ni espalda. No ha habido malentendido alguno, nadie me ha disputado su presencia, ni ha interferido en nuestra traducción de miradas. No hemos discutido, ni lanzado filosas conjeturas, ni hemos estrechado nuestros cuerpos como última palabra. No ha habido ningún beso apasionado, desesperado, impertinente. No hemos evocado la muerte, la zozobra, el dolor. No hemos hecho ninguna confesión inoportuna de nuestras vidas inconclusas. No hemos intercambiado mails, ni nombres propios, ni pequeñísimos gestos de cariño. No nos hemos tomado ninguna foto, ni dejado ningún vestigio de nuestra existencia. No se ha ido sin despedirse, ni dejándome el ardor de ningún deseo, la premura de ninguna boca, la pregunta y la consecuencia. No la extraño, ni la busco, ni divago con ir volando a su isla y girar juntas en una esquina del mundo. No me ama ni me odia. No estoy esperando que llegue, ni que pronuncie tontas palabras de amor, ni hallar su mano extendiéndose por mi piel, en el silencio de una ausencia que es incomprensión y furia. No hablo con ella en la soledad de mis sueños, ni añoro encuentros que la sigan a su cama, a su cuerpo, a su noche. No me olvida ni me deja olvidar. No tenemos canción, ni palabra, ni circunstancia. Ninguna ciudad nos acoge. No compartimos ningún atarde-
cer, ninguna ilusión, ninguna adicción. No se nos oscureció el día muy pronto. No nos embriagamos una de la otra. No es la mujer del sombrero, ni su oscuridad. No se ha perdido, ni me ha dejado el delirio y la lágrima.
No, no nos vimos nunca. Ni fue un error. Ni pasó como un eclipse, cuando por segundos, sol y luna entorpecen su trayectoria.