Dietario del sur
Rodrigo Galarza
A Blanca, por llenarme de tantos fulgores
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No bastan huestes silenciosas
ni su estrategia de evitar el río;
si de todos modos
llegan,
te arrancan del sueño
tirando de tu lengua,
haciendo de ella un puente
otro río en cruz donde clavar tu nombre,
donde extremar los extremos
hacia los cuatro puntos cardinales.
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Auto de Fe
Si no fuera que a veces los astros galopan en mis costillas
desatando una música que parte del barro que soy, recuerda y celebra
Si no fuera que en mis espaldas alguien
–cuyo rostro no he visto-
ensaya absurdas cartografías, mientras ciego huyo de mí mismo.
Si no fuera que existen tantos imposibles arracimados
en la linde de mi boca,
no creería en un dios con minúscula,
títere y tan ocupado de sí mismo
que a veces
se confunde de altar y reza al hombre
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Sacudidas por un trueno
son flechas las ramas desnudas
en sus cortezas
los rastros del viaje.
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Hay algo desesperado que vive en el fondo de mí y me saluda con pañuelos de sangre.
* *
A veces tomo trenes equivocados que me llevan a mí mismo. Otras veces me quedo en el
andén esperando a un huésped extraño que traba pactos con mi insomnio.
**
Alguien invisible me bautiza con un cruel rocío que convierte en espejos mis heridas.
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A Jorge Sánchez Aguilar
Vi surgir de los esteros un carruaje bordado en llamas
lo vi perderse entre mi pulso y las alas quietas de una garza:
era Elías
timoneado por un gaucho arisco
con las espuelas resplandeciéndole las sienes.
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Desde mis pies a mis ojos había una distancia mil veces galopada por un caballo de arcilla
que entendía de reverberos acuáticos y disoluciones tarde adentro.
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Esta tribu comiéndome la esperanza
fundando pueblos desolados en mis recuerdos,
olfateándome la bilis.
A esta tribu, mañana, alimentaré con mi alegría.
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Blanca es esta nupcia,
este desesperado fulgor
que aletea como música llagada.
Resisto.
Sé que he sembrado ojos en mis vísceras.
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Así, distraído de mí mismo aprendí el lenguaje del vuelo y no necesité de alas ni de
principios gravitatorios. Solas y definitivas, las leyes se escribían en mi piel.
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Hunden los árboles sus ramas en la noche
y lo que era canto es una ausencia que la cubre.
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Quizá haya sido una flor.
Todavía su dentellada huele a sangre.
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¡Pascua! pascua te decís y dinamitás los puentes.
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Hoy no salgo a la batalla, me quedo en un pozo cuya boca es un círculo perfecto, allí
fondea una estrella, una sola, sin extremos,
puro centro.
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Nada rige este abandono, salvo haber sido el Salieri de todos los mendigos del mundo.
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Pascua
el aire río desatado
la belleza trama su esplendor
cantan los ángeles
una desnudez que el hombre no conoce
la tarde es todavía el tacto de la lluvia
aquí el otoño detiene su pulso
de amante abandonada
poco falta
para que el Amor se haga verbo
y el verbo carne
en este poema peregrino
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Otro Edipo
No preguntarás por el enigma de la Esfinge,
sólo entrarás a la ciudad y reinarás con tus andrajos.
Nadie preguntará por la vejez de tu dolor
ni por tu voz entregada a los vientos de la muerte.
No heredarás la tierra pero sí un estigma de fuego,
y sin embargo y todavía el canto
levantará otra ciudad desde las ruinas.
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Lo que mirás te mira y aúlla…
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Lo que espero, en definitiva, es esa forma que tenés de usurpar mi cuerpo y mi aliento, de
desalojarme de mí mismo por un siglo, en tanto un pájaro acomoda sus alas en el nido y
otro, ciego, cruza la noche.
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Resisto. Me atrinchero en la mugre de mis uñas. Oigo los últimos pasos de los caídos.
La caída es una dulce canción que me llama. No sé por qué se me instala en el hígado.
Resisto. La dejo sola. Ella también se sentirá sola y caerá. De antemano celebro un triunfo.
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Pasto. Pasto. Más pasto. Casi preñado mastico cada uno de sus jugos como si esperara el
efecto de un ácido. Pasto. Más pasto, un rumiante planetario viaja por los astros,
recuperando sus intemporales bisbiseos.
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Y he de bajar la cabeza y habitar mi propio regazo
y otra vez, con un llanto, profanar la intemperie.
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Me a acuerdo de vos Francisco Madariaga, emponchado en cuero de jaguar. Nunca
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terminás de surgir de tu casa de diamante calentado por el agua. Sos ahora mi caballero de
los trinos blancos. Tengo ensillado para vos el mejor bayo nacido de los llanos como al
descuido:
Había un hada que hacía temblar los espartillares. Había un hada que invitaba a enredarse
en sus cabellos. Había un niño que llevaba una flor de irupé en la boca, un niño que sólo
entendía de hadas y de zorzales extenuados por la siesta.
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Todo lo que sé de mí tiembla, antes de emprender la huida.
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De pronto, lo que me perfora la lengua se convierte en suave alabanza capaz de sostener la
tarde y de coronarla con el perfecto engarce de una alegría sin antes ni después.
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Entre tantos semáforos, un arbolito me trepa frágil la garganta.
…Sangran frutos en mi boca.
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Saludás a tu ejército vencido y éste te responde exigiéndote otra batalla.
1
A Javier Carreras
Si de un latigazo te cruza la mirada una palmera.
Si tus manos bordan el agua con flores silvestres.
Si tus ojos se transforman en el ópalo viviente de una mañana.
Has aprendido la lección de tu destino:
el regreso consiste en irse.
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Desciendo
catábasis del martillo:
toc-toc
toc-toc.
Resuena el río: nace y muere en mí.
El umbral se ilumina:
afuera, en la calle,
oigo las voces de los que recogen la basura.
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He aquí que nadie te obliga a decir pero decís
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alienado por un funambulista inmóvil.
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No puede con vos ni el incendio de un mirlo invisible en una atalaya invisible, ni el llamado
de lo alto sostenido por un balcón de luz; no puede no, toda esta música urdida en el
instinto, no puede, si tus cabellos se enredaron ya en verano y de pronto hace cinco
inviernos que no llueve.
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Levántate y anda!
que Lázaro te espera para que con tu llanto humedezcas sus mortajas.
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(Campos de Castilla)
Tendidos eléctricos. Tendidos, eléctricos en mi cuerpo. Eléctricos caminos en mi cuerpo,
caminos tendidos; solo, mi pecho desvaría, no sabe cómo tocar el tambor.
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1
La fragilidad,
¡déspota compañera!
la fragilidad de pertenecer al reino donde nace la lluvia:
me envuelve y arrastra hacia vos, irremediablemente.
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Deberías matarme, arrancarme de vos
si con tus lunares no fuera capaz de marcar un itinerario de fuego,
de agruparlos en constelaciones en las palmas de mis manos.
3
Te advierto, déspota compañera:
No dejes que mi desesperación te ilumine.
No dejes que te devore lo que en otro nombre tenías olvidado
4
He venido, minera del silencio
a conquistarte con un canto nacido del centro de la tierra.
Recíbeme en tus brazos de cobalto
en el puro ónix de tu mirada.
Ven minera del silencio
Alójame en el Atacama de tu sangre
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1
Vivís en mí y te llenás de mí
igual que yo de vos.
Ambos somos un solo vértigo:
la desesperación de habitar un abismo
con los ojos abiertos y las manos atadas.
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Bajo la lluvia desfilan
los hombres que fuiste dejando
que se mueran de pena
el sol te traerá otros pulsos
otros modos de decirte adiós
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¿Era esa la canción,
la subterránea fragancia
elevándose himen adentro de las flores?
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1
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El niño que fuiste te sonríe enseñándote el oficio de cetrería.
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Con sueños despiadados vas urdiendo un mundo domesticado por lo frágil.
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Si no esclavizara tu sutileza, poco sabría del imperio de la vulnerabilidad.
Variación de poema de A. E. Lahitte
En el fondo de vos un dios oscuro se convierte en tu siervo
y no sabés cómo humillarlo,
cómo crearlo a tu imagen y semejanza.
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Pensás en el barro y sos el barro.
Le insuflás tu aliento y mirás hacia arriba.
Luego desconfiás, que lo que arde en tus manos
sean estrellas.
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¿Tanto ha envejecido la mañana?, ¿tanto, que el jardín llueve cenizas?
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Dejá que los animales que crecen en tu sangre conozcan el hambre y devoren el dolor.
Sueño con Vallejo
En tus sueños prenatales
un tal Vallejo, un lacrimal trifulca
te mostraba todas las resacas del mundo
que empozan el alma;
hacía fulgurar sus huesos húmeros
en medio de una noche aullada por lobos.
Como si fuera el brujo de la tribu
te hacía llover recuerdos futuros y vacuas iniciales,
mientras por el cordón umbilical
tu madre te llamaba a vivir,
a olvidar lo que vivirías;
te preparaba para el llanto
escuchando a los pájaros morirse
bajo el pulso cansado de la tarde;
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te (se) preparaba para amarte
“todo el insomnio y todo el día”
en la hora de las horas
hasta su muerte amén.
Y el llanto llegó, y un soneto de Vallejo
te recordó los sueños que hablaban
de resacas, de huesos húmeros,
de recuerdos futuros, y de iniciales
que poco a poco se vaciaron
llenándose de otros énfasis;
y ese tal Vallejo se hizo carne en vos
hermano sombra adentro,
y mucho a mucho siamés con el poco a poco
tu lacrimal ya no fue trifulca
sino un permanente bautismo
aprendiendo de los esplendores
y devastaciones del mundo.
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Sicario de mí
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me pedís que te salve y voy a tu encuentro
haciendo de tus lágrimas un enjambre de puñales.
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Cada navidad me convierto en un caníbal que nunca te devora
porque no cree en las resurrecciones.
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A mi hermano José Francisco
NN
(1976-1983)
Suenan en la noche los huesos enterrados de los muertos,
suenan tardíos cascabeles de un dolor nunca dicho,
ni siquiera hollado.
¿Quién; bajo qué mañana pura,
hablará por ellos y volverá a sepultarlos?
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Caés y caés e intoxicás tu caída
y en cada chispa muerta te celebrás
rescoldo con vocación de estrella
y no sabés por qué el cielo saluda tu obstinación
de viandante de precipicios
con derecho a ley de gravedad en la garganta.
Caés y la cuerda se tensa
y entendés que entre los extremos estaban las orillas,
pero el juego consistía
-sin saberlo-,
en el arriba y el abajo.
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A todo eso que llama, que es llama llamando
A todo lo que queda después de arder
y no me atrevo a llamar cenizas
sino baile de dos nombres en uno,
terminaré por olvidar
viviendo otra vez,
extraviando mi cuerpo en no sé qué pantano,
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qué altar convertido en patíbulo
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De niño tenía una pelota azul, creía era el mundo rodando a mis pies.
Hoy ruedo a los pies del mundo, creyendo todavía en aquel niño.
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Llamás relámpago a otra cosa:
un caballo pastando solo
un pájaro -liviana brasa-
descendiendo sobre su lomo,
es tanta la belleza
que no cabe en la inmensidad herida
**
Por si cargara palmeras
me embisten olfateándome las manos,
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cuando se van, ya no soy el mismo;
parte de mí
-que no regresa-
se hunde en los esteros
viviéndome con otro temblor.
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He morfado todos los abandonos del mundo,
he masticado cado uno de sus silencios
hasta sentirme amado por una recóndita parte de mí.
**
A Cancho Gordiola Niella.
Tanta búsqueda
tanta ansiada resurrección
y este puñado de huesos
que se empeña en olfatear la tierra.
**
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Un galope celeste cayéndose al precipicio
un precipicio galopándote el ombligo
no hay modo de saber dónde comienza el cielo
dónde el galope se torna viaje ensimismado
no hay modo de darte muerte
si la sangre regía ya
si el viento ordenaba las aspas de los cantos
no hay modo, no, de evitar
el galope de los precipicios
**
Mis párpados se vuelven de oro
cuando desciende sobre ellos
tu agua reposada
el suave fuego
del rocío de tu gesto
hoy temprano lavé mis heridas
con la espuma brillante de tus palabras:
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aurora alrededor de mi cuello
tu agua traspasó mis sueños
y se hizo sangre
y bebí de la gracia de la alianza:
…y empezó el reino en este mundo.
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No son las aguas las que me sostienen
sino su delicada orfebrería de engarzar diamantes en mi boca.
**
Estos árboles que hunden sus ramas en la noche
y entretejen el brillo que les viene de las raíces
estos árboles
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mañana dialogarán con las nubes
.
***
Sé que tengo más manos que todos mis sentidos
sé que cuando te toco una procesión de relámpagos
que nunca se apagan,
te encienden de derrotas por-venir.
**
Hoy el cielo se está amando con las hojas del suelo
entrelazadas por el viento,
1
es tanta la llovizna azul que teje la alfombra:
que se están amando los cantos
en las copas de los árboles.
**
Sobre tu tórax desplegás un mapa.
Entre las costillas Eva se extravía,
no distingue los caminos hacia ella.
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Lo que resplandece no es el perfil de la gacela
ni la luz sosegada de la hierba en lo abierto
lo que resplandece es en verdad invisible
extraña epifanía que circula en la sangre
.
**
¿De quién este relámpago,
esta infancia, por un instante iluminada?
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¿De quién estos huesos
en espera del trueno?
**
Abrir el pecho de un pájaro
y encontrar destrozadas las partituras de la tarde.
**
Mira la lluvia y se desnuda
uno a uno los recuerdos le abandonan,
le miran desde el otro lado del cristal.
Estos tiempos
con la muerte entre los dientes
aprendemos a vivir un oficio en desuso
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entre ruinas y llantos que sacuden el cielo
levantamos palacios donde el alma se copia en espejos impíos
y se teme a sí misma como si fuera su propio demonio
con la muerte entre los dientes
aullamos una canción de cuna
que nos lleve al país de la infancia
y nos proteja de trenes hacia la nada
o hacia donde el horror se confunde
con el rostro de Dios
**
Pasa el fulgor de la ginebra,
pasa sin mirarme,
su doméstico incendio brilla nombres
en las paredes del bar.
Pasa el fulgor de la ginebra,
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distraída pasa buscando alambiques
que le canten coplas de sangres entregadas.
Pasa el fulgor de la ginebra,
hoy mi pena está de suerte,
pasa el fulgor, distraído pasa
…casi sin mirarme.
A Élida Manselli
Todavía me aguardan todos los perdones
toda la gracia oculta volada por pájaros invisibles,
aquí mi caballo no bebe agua
sino un salvaje galope cercano a los patos
que descifran en el cielo
los últimos precipicios del día.
**
Anochece y todo se derrumba
hasta el imperio de la orfandad
1
en lo oscuro
el sentido de pertenencia
regresa con el aullido de los chacales
**
Ceden los venenos:
amanece
otras hogueras cercarán
a los segadores de esparto
**
Pura brasa el trigal
alfombra lisérgica
el sol se ha vuelto Ícaro
**
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A orillas del río
resuena un madrigal
fulgura
aunque la lavandera
se haya hundido en el crepúsculo
a Osvaldo Salazar
De entre las mortajas de las hojas
quizás estos seres alados
que la lluvia engendró
despierten a Lázaro
un Lázaro sonriente y altivo
con las manos cargadas de salmos
y el rostro planetario de Hölderlin
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En el altar de sacrificios
es el jaguar un puñal por brillar
olfatea el ciervo su muerte
pero una vez más
-mordiendo con cautela la gramilla-
celebra la intemperie
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Barre el viento las hojas del suelo
les pone nombre
lo que silba no es el viento ni las hojas
sino esos nombres que trajo el otoño
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Inútil apagar tanto vuelo
si de pronto
un pez plateado surgirá del río
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tragándose la noche
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Más allá del bosque
la noche es un invento
De este lado
mi extrañeza alumbra
traza caminos
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Mis pies desnudos
no dejan huellas
reptan mi cuerpo
buscando otras mudanzas
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Se trenza el viento
en las crines del caballo
latigazos en llamas
que nombran la infancia
a horcajadas
soy un ángel ceniciento
con las riendas apuntando al infinito
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A pesar de los álamos
de sus altas cortinas de ebriedad
la luz traspasa insiste en celebrar
una diminuta estrella de rocío
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Como un corzo por la estepa
mi sangre se derrama
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luego exhausta
regresa a propiciar el festín:
devorar la primavera
Patios interiores
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Detrás del cerco comienza la extrañeza
el vértigo de lo abierto
de este lado el canto de las chicharras
inaugura la intimidad
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En la parra entretejida de sombras y zumbidos
las abejas se disputan el vino de la siesta
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Se equivocó de Dios el colibrí
libó la boca de un niño
se equivocó de niño Dios
el colibrí sostenía el universo
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Sea de luz o de fuego verde
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la urdimbre crece echa raíces sobre la piedra
que nada sabe de levantar vuelo
de incendiarse en medio de la tarde